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Americanismo y nacionalismo literarios inmediatos a la Independencia (en el Río de la Plata) por Art

Americanismo y nacionalismo literarios inmediatos a la Independencia*

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   El concepto de “literatura nacional” fue puesto en boga por el romanticismo, sobreviviéndole luego; pero además de las motivaciones de escuela literaria, influyeron las de carácter político, en relación con el despertar de nacionalidades, fenómeno, por otra parte, propio también de la conciencia romántica. Este despertar fue muy vivo en Europa entre fines del primer cuarto y comienzos del segundo tercio del siglo, cuando más incitante frescura histórica ostentaba la sola palabra “nacional”: es decir, por las fechas precisas de la culminación de nuestra América de la guerra de la Independencia y la organización inicial de los distintos estados nacionales.

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   De “literatura nacional”, sin descartar aquí manifestaciones todavía anteriores, se habló en Buenos Aires poco antes de 1830, en la fase final del neoclasicismo. Con espírituo de unidad literaria continental, lo hizo primero José Joaquín de Mora, el famoso emigrado liberal español, que de Londres pasó a la capital argentina llamado por Rivadavia. Poco después de su llegada, en mayo de 1827, dedicó en la prensa un comentario a la revista londinense El Repertorio Americano, en el que dijo:

“Mas en medio de estos preparativos de un orden de cosas que nos ponga al nivel de las naciones laboriosas e ilustradas, se nota un gran vacío que si no se empieza a llenar desde ahora, nos dejará con respecto a ellas en una humillante inferioridad: tal es la falta de una literatura nacional, perfección que no podemos poseer aún en toda su plenitud, pero la cual debemos encaminarnos con celo y aplicación a medida que adelantamos en la carrera de las instituciones sociales… En efecto, una literatura nacional puede considerarse como un crisol donde se elaboran y purifican todos los trabajos del entendimiento”[1]

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   Que se hablase así, por aquellas fechas, de “literatura nacional” de uno de nuestros países, no tuvo porque ser una excepción. Sin embargo, sería a la década siguiente, la de los años treinta, que estaría reservado el efectivo comienzo de aplicación a las patrias chicas, del concepto de literatura nacional en Hispanoamérica. Es entonces cuando adviene el intenso nacionalismo romántico, promotor de literaturas nacionales correspondientes a cada una de las flamantes naciones erigidas en estados.

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  En la inauguración del “Salón Literario” proclamó Juan María Gutiérrez: “Si hemos de tener literatura, hagamos que sea nacional; que represente nuestras costumbres y nuestra naturaleza así como nuestros lagos y anchos ríos sólo reflejan en sus aguas las estrellas de nuestro hemisferio”[2] También en 1983, en el prefacio a su ensayo Fragmento preliminar al estudio del derecho, defendió Juan Bautista Alberdi ideas de nacionalización, no sólo de derecho, sino de la cultura en general, la literatura y la filosofía incluidas; ideas que defendería igualmente el mismo año en el periódico de su dirección, La moda.

   En 1893, emigrada a Montevideo una parte de aquel grupo juvenil por causa de la tiranía de Rosas, se fundó allí El Iniciador, con la coparticipación directiva del uruguayo Andrés Lamas, todavía más joven. En la Introducción-programa decía éste: “… las leyes, la sociedad, la literatura, las artes, la industria, deben llevar, como nuestra bandera, los colores nacionales, y ser como ella el testimonio de nuestra independencia y nacionalidad”. En el mismo periódico y en el mismo año, escribía el argentino Miguel Cané, su otro director: “La literatura será el retrato de la individualidad nacional”. Y por su parte, a propósito de “Poesía nacional”, Félix Farías: “Queremos ciudadanos, queremos la ciudadanía en poesía, en arte, en política, en literatura”.[3]

  La propia condición binacional, argentino-uruguaya, de El Iniciador, como había sido la del bonaerense “Salón Literario”, contribuyó a robustecer una general característica de aquel naciente nacionalismo literario: su preocupación americanista, no sólo por el costado de la emancipación a través de la originalidad temática del nuevo mundo, sino también por la reiterada referencia al marco continental. Si bien no se habitaba de una sola literatura nacional hispanoamericana – literatura de la nación Hispanoamericana – como en 1827 lo había hecho Mora en el mismo Buenos Aires, y como volvería a hacerse después, la implícita pluralidad de las literaturas nacionales de los distintos países hispanoamericanos resultaba considerada sujeto de una problemática común.[4]

[1]Luis Monguió, Don José Joaquín de Mora y el Perú del Ochocientos, Madrid, 1967, pp. 34 y 36

[2]Emilio Carilla, El romanticismo en la América Hispánica, Madrid, 1975, T II, pp. 251-252

[3]J. E. Rodó, Obras Completas, ed. Cit. p. 844; E. Carilla, op.cit., T. I p. 196; J. E. Rodó, op. Cit. p. 706

[4] En el mismo pasaje nacionalista de Cané que acaba de citarse, agregaba éste: “Pensemos que las repúblicas americanas, hijas del sable y del movimiento progresivo de la inteligencia democrática del mundo, necesitan una literatura fuerte y varonil, como la política que las gobierna y los brazos que las sostienen” (Véase: E. Carilla, op. Cit., T. 1, p. 196). Ejemplos similares podrían repetirse.

*Fragmento del texto de: Arturo Ardao, La inteligencia latinoamericana. Universidad de la República. 1996. pp. 33-39.

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