EL JOVEN BATLLE Y ORDOÑEZ PASEANDO POR PARIS
Carta de José Batlle y Ordóñez a su padre Lorenzo Batlle
París, 5 de julio de 1880

París, 5 de julio de 1880
Señor Don Lorenzo Batlle. – Montevideo.-

Querido padre: Mi salud, si he de empezar por donde me pides que empiece, es excelente. Me hacen bien los aires de la moderna Babilonia. Sus anchas calles ribeteadas de frondosos árboles; sus espaciosos jardines, aunque no colgantes, tan buenos sin duda como los de la antigua; su sistema general de higiene (roto) lo que se refiera a los alimentos, vestidos y habitaciones; me han dado salud y fuerza.- solo (mi?) pobre cabeza no mejora: siempre está la máquina perezosa y tomada, el cielo de las ideas encapotado de turbios y amontonados nubarrones y pálidas estas y sin fulgor bastante para atravesarlos.
Sin embargo, hago una vida que no es del todo desagradable: estudio en las horas del día y paseo o leo alguna obra literaria en las últimas de la tarde o primeras de la noche. Camino sin dirección fija, generalmente por las orillas del Sena, conversando cuando voy con amigos, y observando con la mayor atención que puedo, cuando voy solo, los variados y magníficos cuadros que a cada vuelta o recodo se ofrecen a mi vista.
Hacen seis o siete días, me desprendí de mis amigos al terminar de comer, baje las escaleras de piedra del Sena, y, siguiendo las explanadas que costean del lado interior los muros del río, entretenido en observar los lavaderos y casas de baños flotantes una veces, y el color del agua, la forma de los arcos de los puentes, o los numerosos grupos de personas entretenidas en bañar perros, casi todos falderos, otras llegue a enfrentar las puertas de la Tullerías, cuyo inmenso y majestuoso patio atravesé intranquilo siempre por el riesgo que allí se corre de ser aplastado por alguno de los numerosos carruajes y ómnibus, que confusa y estrepitosamente lo cruzan de un lado a otro. Tomé enseguida la calle Rivoli hasta llegar al jardín, en el que me interne por las alamedas laterales, hasta tomar la principal del centro, atraído ora por un cuadro de pintadas flores, ora por una blanca estatua a que prestaban cierto tinte misterioso las sombras que empezaban a ennegrecerlo todo; admirando, aqui, la superficie color de bruñido acero de alguna fuente; alla, una pequeña explanada, y, en general las naturales alfombras de esmeralda, las bóvedas de oscuro y apeñuscado follaje, y las innumerables y bellísimas perspectivas que todos lados se aprecian a mi vista, cambiando sin cesar, a medida que marchaba, como las imágenes fantasmagóricas.
Cuando menos lo pensaba me encontré en la puerta del jardín que da salida a la Plaza de la Concordia. Allí el espectáculo era más majestuoso todavía. Estuve un rato parado al pie del Obelisco de Luxor. Tenía a la espalda el bosque del jardina, a la derecha el tempo de la Magdalena, a la izquierda la Cámara de diputados, al centro como una nube, el Arco de la Estrella y entre este y la Cámara de Diputados, también como dos columnas de humo, aéreas y amenazando desaparecer a cada instante, las magníficas torres del Trocadero, que, si he de darte mi opinión poco autorizada, por cierto, en materias de arte; son las más esbeltas, ya que no las más colosales de cuantas posee París.-
Aquel panorama, como te lo imaginarás, era bellísimo. Figurate ademas un rio de fuego, cuyas innumerables brasas se ocultan unas a otras, desaparecen, y reaparecen, corren, se detienen, vuelven hacia atras, retoman la carrera, etc y tal vez te formaras una idea aproximada de lo que es la avenida de los Campos Eliseos, con sus dos bordes de elevadas casas, en es hora en que a cada instante se multiplica el numero de luces que se encienden, conserva el cielo todavia un color celeste oscuro que va haciendose negro, espiezan (sic) a aparecer algunas palidas estrellas y los edificios amontonados, con sus numerosas chimeneas, parecen, mas que cualquiera otra cosa, barrancas y montañas solitarias.
La plaza misma tiene un aspecto especial. He estado en ella media docena de veces por lo menos y no se bien todavia que forma tiene. Por todas partes pilares, balaustradas, estatuas, árboles, faroles y, sobre todo, malhadados carruajes, que cruzando en todas direcciones como las hormigas cuando se les deshace el hormiguero no dan tregua al azorado transeúnte.-
La avenida termina en una alameda y está en la plaza: a la entrada, sobre dos altos pilares, uno a cada lado de la alameda hay dos fogosos otros parados sobre las patas traseras, que en vano unos salvajes quieren contener.
Vistos de pie del obelisco sacan toda la cabeza y el cuello por encima de los árboles, de una manera tan fantástica que agregado algo demás podría creerse aquello cosa de sueños si uno no estuviera muy seguro de estar despierto.-
Hubiera estado mucho tiempo contemplando todas estas cosas; pero vino a ponerseme al lado otro transeúnte curioso también como yo y como ya no me encontraba completamente a gusto, abandoné mi puesto, tome la orilla del Sena, y caminando despacio, parandome algunas veces para gozar de la vista del río, sentandome otras, llegue por fin al Boulevard Sain Michel, que es para mi como la Calle la Agraciada.- (A Lopez y a Mongrel les he oído decir algunas veces: vamos a la calle del 18.)
Al llegar aquí, deje, hará una hora y media la continuación de la carta para más tarde y me dirigí al Luxemburgo donde suelo pasar muy buenos ratos.
Es notable el gusto que tienen aquí los jardineros para arreglar los cuadros y medallones y para armonizar los colores de las flores.
No es poco lo que me agrada ver esas combinaciones; pero las estatuas arrastran invenciblemente mi atención, cuando son buenas, o a lo menos cuando a mi me parecen tales.
Hay un inmenso león sobre uno de los senderos más apartados del jardín, por delante del cual no puedo pasar sin imaginarme esas escenas de las selvas, en la que suele ser este animal protagonista y sin sentir siento recogimiento repentino. Tiene la melena erizada, la cabeza altiva, la mirada fija y provocante y pisa a un avestruz muerto, con toda la arrogancia y el aplomo del vencedor.-
Más que esto, mucho más que esto, sin embargo, me gusta un grupo en mármol (el león es de bronce) representado a la primera familia: Adan, Eva, Cain y Abel. – Un tronco de árbol, que nada tiene ya de la lozanía de los del Paraíso, y que por un accidente casual afecta la forma de un ancla rota, símbolo de la esperanza perdida del hombre sobre la tierra, es el punto alrededor del cual están agrupados aquellos seres desgraciados, como náufragos en torno de débil tabla, náufragos de las primeras tormentas de la vida.- Algunas pieles de animales salvajes que les sirven para ablandar un poco el duro asiento y para cubrirse, recuerdan al mismo tiempo, los rigores de la intemperie a que estaban expuestos, el espanto de las luchas primitivas con los animales feroces, y la vergüenza de aquella primera falta, que según la leyenda bíblica, es el origen de todas nuestras desventuras.
La belleza varonil de Adan, por otra parte, la elegancia y la delicadeza de las formas de Eva; la altiva mirada de Caín, su cuerpo delgado y nervioso; la morbidez de Abel, que duerme inocentemente, sentado al lado de la madre y con los bracitos cruzados sobre su rodilla; traen a la mente aquella primitiva belleza del cuerpo perfecto, ajada ya por los ultrajes de la naturaleza, pero conservando todavía un vivo destello de lo que ha sido.- Estos detalles adquieren más valor, al completarse con la disposición general del grupo. Adan ocupa el centro: es la figura proponente. Sentado en la parte más alta del tronco, estrecha con la izquierda la mano derecha de Eva que está a su lado, mientras que con la otra, colocada en actitud de defenderse sobre la cabeza, parece esperar el golpe decisivo de la cólera celeste, la mirada torva, el gesto ceñudo, sombrío y un poco inclinado hacia la tierra.-
Eva es la imagen del dolor, de la resignación y la dulzura, que ha legado a su sexo.- Cain, el único que está de pie, es también el único, si se exceptúa al dormido Abel, que no revela en su rostro ni asombro ni tristeza. Empuñando fuertemente la maza en la derecha, apoyado en el tronco con admirable negligencia, fija la mirada un poco ceñuda, al parecer en algún punto muy lejano, podría decirse que, niño aún, está ya revolviendo en su mente planes sangrientos de fratricidios, devastaciones y guerras.
El otro día me leyó Lopez una descripción, que me pareció muy buena, del lugar en que este grupo está colocado; en la que lo pasaba por alto. No puedo perdonarle semejante olvido, ni se a que atribuirlo: juzgo que no se ha fijado bien en él.
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La última carta tuya que he recibido es la del 29 de abril.- La desgracia del Señor Crovetto la conocía ya, aunque no se me había dicho cual era el hijo que había perdido.- Me figuro cómo estará el pobre don Andres, con ese noble carácter, que le hace sentir las cosas tan profundamente.-
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Ruperto no ha llegado aquí todavía y por lo que me dice Young en su última carta se demorara todavía bastante en Inglaterra.
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Lopez ha recibido ya sus 200 pesos.- Soca los remitió bajo sobre para mi.- con esta carta van tres que dirige a personas de su relación a las que ha escrito anteriormente y de las que no ha recibido contestación alguna, por lo que se supone que se extravían sus cartas.- Te ruega que hagas llegar a su dirección las que van bajo este sobre.-
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Ponme bien con todos mis amigos.- Este encargo puedes dárselo a Luis.
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Dime también en que situación se encuentra mi tía Mariquita.-
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Ha dado ya la hora es (sic) que es conveniente ir al restaurant.- Tengo una pensión en que se come muy bien y como en familia- De modo que consideraras que debe de tener apuro.
A Luis que me escriba
Recibe mi cariño
(fdo.) Jose Batlle y Ordoñez