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Fede Lagrotta

Historias y reflexiones de Uruguay

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Historias y reflexiones de Uruguay

Historia de La Plaza de la Verdura en Montevideo de Isidoro de María.

La primera feria de Montevideo fue en la Plaza Matriz.

Montevideo entra a festejar sus 300 años de existencia en estos años, me pareció interesante copiar un fragmento del libro de Isidoro de María sobre Montevideo Antiguo, en este caso sobre algo tan fundamental para toda ciudad como es el abasto de frutas y verduras. Al parecer los antiguos, como los llama Isidoro, iban a una primigenia feria ubicada en la plaza Matriz.

También vamos a probar el leer el texto y subirlo a un podcast, cosas nuevas del 2024 en la que espero subir por lo menos doce entradas al blog.

  “Plaza de la verdura llamaban los antiguos a la que concurrían los verduleros a vender sus hortalizas y frutas. La Plaza Matriz era la destinada a ese objeto, aunque hubo un tiempo que lo fue también la Plazoleta de la Ciudadela, después que se construyó la Recoba, pero no subsistió, volviendo después a la de la Matriz, donde permaneció hasta el año 29 o principios del 30.

Sobre el costado sur de esa plaza, donde hoy se levanta el magnífico edificio del Club Uruguayo, ponían sus puestos volantes los verduleros, sobre jergas o lonas extendidas en el suelo, ni más ni menos como lo hacen en la actualidad en la Feria los modernos.

Pagaban al ramo de Policía un cuartillo por el derecho de piso, que era la menor moneda de plata corriente en tiempo de los españoles, en que no se usaba moneda de cobre.

Allí iban los verduleros con su carga de verduras en árganas a lomo de mulas, salvo el famoso burro de la quinta de las Albahacas, que nunca faltaba con su carguero. Las bestias de carga, después de bajadas las árganas, se llevaban primeramente al huevo que había detrás del Cabildo, pero después que se cercó de pared, allá por el año 8, se conducían al corral formado de palizada en un extremo de la plazoleta de la Ciudadela.

La carne para el abasto no se vendía en la plaza de la verdura, sino en la plazoleta de la Ciudadela, en las mismas carretas que la conducían, antes de construirse la Recoba.

             

               En la buena estación ambas plazas eran transitables, pero en el invierno cambiaba la cosa con el lodo que se formaba en ellas, como que entonces no había empedrado ni cosa parecida a ellas.

               El cultivo de hortalizas era en aquel tiempo pobre cosa, como que eran pocas las quintas y los agricultores. Las quintas de más nota era las de Seco, del oficial Real, de Zamallúa, de las Albahacas, de Maciel, de Magariños, de Maturana, de Zabala, de Masini, de Durán de Espinosa y de Castell.

               En los puestos de verdura en la plaza, lo que más había eran coles, nabos, lechugas, cebollas, ajos, choclos; zapallos: criollo, bubango, de tronquillo y andai; chauchas; poroto blanco, colorado y el llamado de 40 días; habas tomates, pimientos y batatas.

               En las frutas se empezaba por las frutillas de lo de Zamallúa y los duraznitos de la virgen, las peritas y las brevas de diciembre, siguiéndoles los duraznos de tres clases, las peras pardas y bergamotas, los higos negros y morados, las uvas blancas y negras, las manzanas, los melones, sandías y limones.

               Los tallos, el maíz pisado para locro o mazamorra, los huevos de gaviota y de avestruz, las mulitas y las aves de corral, eran otros tantos artículos que figuraban en la Plaza, hasta las 9 o 10 de la mañana, según la estación, en que se alzaban los puestos.

               Las morenas pasteleras, con sus tableros arropados, provistos de pasteles y de tortas de a cuartillo, no faltándoles el tarrito de azúcar para polvorear los pasteles, sentadas sobre el rollo o alguna piedra; formaban su gremio en la plaza con su cantinela: pasteles el amo, y roquetes el ama para los niños.

               Las facturas de cerdo no se expendían en la plaza, sino en las Chancherías, ni tampoco el pescado, que había que ir a comprarlo a los cuartos de la llamada calle de los Pescadores, si no se tomaba de los que vendían en sus palancas por las calles.

               Allá iban desde temprano, generalmente después de oír misa, las amas de casa con sus criadas a la plaza, a la compra de la verdura, y en seguida a la de la carne, en las carretas del abasto situadas en la plazoleta de la Ciudadela. La gente pobre que no tenía servicio se manejaba por sí como podían para llevar sus provisiones. Era de uso general la tipa en el servicio doméstico, para conducir lo que mercaban los amos.

               Era costumbre ir un lego de San Francisco a pedir limosna de hortalizas a la Plaza para la olla del convento. Desempeñando esa comisión el buen lego Fray Ascarza en el segundo asedio de la ciudad (1813), la demandada con piadosa solicitud de puesto en puesto, para socorro de los indigentes, a quienes repartía diariamente en el pórtico del Convento miles de raciones de sus viandas, condolido de la miseria de tantos infelices que perecían de hambre.

               Lo mismo se hacía para los encarcelados. Se destinaba un preso acompañado de un guardia, a la colecta de verduras y carne, por vía de limosna, para el alimento de los presos de la cárcel, y ninguno se excusaba de dar, practicando la caridad que fue una de las virtudes que distinguió en todos tiempos a los habitantes de Montevideo.  

               Corría plata. El año 9 se hizo un cálculo aproximado del dinero que corría diariamente en la plaza de abasto, estimándose en 4 ó 5 mil pesos diarios, cuando la población se computaba en 8 ó 9 mil habitantes, según el último padrón.

               Los medios, reales y pesos de plata, que llamaban cortados, corrían que daba gusto, conjuntamente con la plata columnaria, de que dieron cuenta al andar del tiempo los plateros, fundiéndola como chafalonía para sus obrajes. Las compras y ventas se efectuaban, como se ha dicho antes, por cuartillos, medios, reales y pesos. Nada de vintenes, ni reis, que eran desconocidos.

               Los vintenes y reis vinieron con la dominación portuguesa, con las patacas, medias patacas y patacones, y los cobres de 10, 20 y 40 reis, vulgo vintenes, que cambiaron la costumbre del cuartillo y del peso fuerte, de nuestros antepasados.

               Hasta la entrada del Gobierno Patrio (1829), sirvió la plaza de la Matriz para la de abasto de verduras en las horas de la mañana, destinándose entonces la Plazoleta frente a los Ejercicios para el mismo servicio, para lo cual había sido donado por don Joaquín Sostoa, condicionalmente, mientras no hubiese Mercado Público.

               Su situación en el extremo oeste de la ciudad y su poca capacidad, hizo necesario pensar en la construcción de un mercado de abasto. En abril del año 35 fue destinado el antiguo edificio de la Ciudadela para mercado, inaugurándose en mayo del año siguiente, quedando prohibida desde entonces la venta en la plaza, sin perjuicio del Mercado Chico.”

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