EL BLOG DE FEDE LAGROTTA

Fede Lagrotta

Historias y reflexiones de Uruguay

Fede Lagrotta

Historias y reflexiones de Uruguay

José Enrique Rodó por Alberto Zum Felde, en Proceso Intelectual del Uruguay. Fragmentos de su vida y política.

José Enrique Rodó por Alberto Zum Felde, en Proceso Intelectual del Uruguay. Fragmentos de su vida y política.

Fragmentos textuales de: Zum Felde, Alberto. (1941) Proceso intelectual del Uruguay y crítica de su literiatura. Claridad. Páginas: 225, 230, 231, 232, 234.

(…)

Nació Rodó en el año 1872, de modo que llegó a su mocedad intelectual en esa hora incierta en que la quiebra del idealismo romántico – que fuera el creado de la generación anterior – arrollado por el avance dominador de las doctrinas científicas, enseñadas desde el 90 en la Universidad, había dejado sin verdaderas fuerzas morales inspiradoras y sin orientaciones definidas a la juventud que aparecía en el crepúsculo del siglo, bajo el signo astrológico de un positivismo frío, vacío de últimas razones.

(…)

Completada su instrucción primaria, y ya apartado de la fe católica de sus padres, ingresó en la Universidad a los catorce años. Sus estudios de secundaria fueron malos; tímido en los exámenes, distraído por lecturas ajenas a los cursos, en guerra con la química, la lógica y las matemáticas, se atrasó y acabó desertando de las aulas, lejos aun de completar su bachillerato. Mediocre en todas las materias, sólo en Literatura rindió un examen brillante, mereciendo la admiración de profesores y alumnos, que ya vieron en él decidida su vocación de hombre de letras.

(…)

Mas, fue después de publicado «Ariel», en el año 1900 – y en virtud de la vasta resonancia que alcanzó en la opinión de América y de España – que la personalidad intelectual de Rodó quedó ya consagrada en adelante como la primera del país. Y aunque su intervención en política había sido leve, – y más bien llevado por sus amigos – el prestigio intelectual de su nombre hizo que el Presidente Cuestas le incluyera en la lista oficial de diputados para el período 1902 – 1905 (pues, en ese tiempo, los presidentes eran los únicos electores efectivos) cargo aquel que volvió a ocupar igualmente por otros dos períodos, en 1907 y en 1911.

No fue Rodó un parlamentario de actuación muy brillante ni muy activa; no era orador de verba fácil y elocuente, no polemista ágil en la esgrima de la dialéctica; era nada más que un escritor, y el carácter de su intelectualidad no se adaptaba al parlamento ni a la política. Pronunció, en algunas ocasiones, algunos buenos discursos, enjundiosos y elegantes; y suyos son, asimismo, algunos buenos proyectos de ley, de orden cultural. Mas, en general, su presencia parlamentaria fue un tanto pasiva; y a menudo, durante las sesiones, parecía como ensimismado en su poltrona; estaba ausente.

Llevó al terreno de la política su índole tolerante y sus normas conciliadoras, alejándose con horro de toda lucha de radicalismos, para adoptar siempre las posiciones moderadas, armónicas. Su culto renaniano del aristocratismo intelectual lo alejaba, por otra parte, de las asperezas poco estéticas de la democracia callejera.

(…)

El rasgo más culminante de su actuación en la vida pública, es su polémica de 1905, con motivo de haberse ordenado quitar de los hospicios del Estado, los crucifijos que hasta entonces figuraban en cada sala. Los varios artículos que en tal ocasión escribiera Rodó en la prensa, polemizando con el líder anticatólico don Pedro Díaz, forman el folleto «Liberalismo y Jacobinismo», primera cosa que editara el autor después de los cinco años transcurridos de la aparición de «Ariel».

Los conceptos de esa polémica, son la aplicación, al caso especial, de su posición general ecléctica y de sus invariables normas conciliadoras. Liberal en cuanto rechaza el imperialismo dogmática de la Iglesia, rechaza asimismo, como intolerancia jacobina, toda actitud de hostilidad contra la religión. No cree él, personalmente, en la divinidad de Cristo ni en lo sacramental de su doctrina; su Jesús es el mito poético-filosófico de Renán; pero cree que el crucifijo, como símbolo de la caridad cristiana, está bien en las salas de los hospitales de la Nación.

Partidario en principio del Estado laico y de la más completa libertad de cultos, entiende que el laicismo puede y debe armonizarse con el respeto a la tradición católica. En fin, quiere conciliar el liberalismo racional con el sentimiento religioso, como ya en «Ariel» había querido conciliar el paganismo helénico con el cristianismo judaico, y la democracia igualitaria con la aristocracia del talento.

(…)

Hacia 1914 el carácter de Rodó sufrió una profunda crisis de melancolía. Nunca había sido muy sociable, pero entonces tornóse ya misántropo. Del encierro habitual en su casa salía para dar paseos solitarios, esquivando el trato con la gente. Solía vérsele, por las noches, deslizándose como una sombra por las calles apartadas, enfundado en su jaquet negro. Nunca su nombre había alcanzado más prestigio en toda Hispano – América; nunca su vida había sido más triste y derrotada. Solo quería huir, viajar, irse a Europa, más no contaba con recursos propios; y malquistado con los círculos oficiales, no podía esperar tampoco cargos diplomáticos. Al fin obtuvo, por mediación de un viejo amigo, una modesta corresponsalía en Europa de la revista porteña «Caras y Caretas».

(…)

Sus últimos días fueron sombríos: se pasaba largas horas inmóvil, sumido en una especie de tristeza o sopor, ajeno a todo, sin hablar con nadie. Contaron las gentes del hotel – para quienes era un extranjero desconocido -, que daba la impresión de un hombre abrumado por un gran sufrimiento, siendo extremo el abandono a que llegara, de su propia persona.

Poco antes, había tenido como rara intuición de su cercana muerte. Visitaba la Gruta Azul, en Capri, tan famosa, donde es preciso, para entrar, tenderse en la barca; así tendido, y en el silencio que acompasaban los remos, tuvo la sensación de que era aquella una barca funeraria, que lo llevaba sobre las aguas muda de la Estigia, sombra ya, al reino de las sombras. Tal sensación motivó su última página, una de las más bellas. Dejó de existir pocos días después, en setiembre de 1917. La repatriación de sus restos se hizo, terminada la guerra, en febrero de 1920, dando lugar a aquella apoteosis nacional ya referida.

— x —

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *