Las ocho horas, en el entender de los conservadores eran perjudiciales… «El Día» Contestaba así:
«¿Perjudicial para quién? ¿Para los patrones? Lo reconocemos. Siempre ha sido el ideal de los explotadores de una industria o del comercio, apoderarse del máximum de las energías de sus asalariados.

En este sentido, salvo los caso en que los propios obreros han impuesto un horario, el patrón dispone a su antojo del trabajo de cuantos le sirven. Es el caso de los empleados del comercio, los gremios desorganizados, los trabajadores del campo, quienes sufren el rigor de horarios arbitrarios y desmedidos..
¿Perjudicial para las actividades productivas? Lo es a primera vista, ya que se ha llegado a confundir el obrero con la máquina y a no reconocer a aquél el derecho de cansarse. Sin embargo, fuera de los ejemplos de otros países favorables a nuestra tesis, no se ha probado todavía que en el Uruguay los obreros producen menos ahora, con ocho horas de trabajo, que antes con diez. Se podría probar lo contario.
¿Perjudicial para el comercio o para las industrias rurales? De ningún modo: pues, la jornada de ocho horas, precipitaría la evolución del trabajo en su sentido histórico a saber: eliminar, dentro del horario adoptado, las horas muertas, en el que el obrero o el empleado no producen y concentrar en las ocho horas toda su actividad. Todo el tiempo perdido por esos trabajadores sería, así, aprovechado. Para los enemigos de la jornada uniforme de ocho horas, sería absurdo dar un horario igual al foguista y al empleado de escritorio. El argumento es conocido: uno se cansa más, otro se cansa menos. Salta a la vista el ideal de esa gente: no se trabaja más que para cansarse, para dejar todas las fuerzas en provecho del patrón! Si uno queda exhausto a las ocho horas, que no trabaje más. En cambio, si un trabajador, a las diez horas se siente todavía con fuerzas ¿por qué perderlas en el «ocio»? Esta es la filosofía de los contrarios a la jornada uniforme, filosofía cruel e inmoral.
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Agregaremos, con el intento de salvar esta objeción inhumana, que si trabajando ocho horas el cansancio no es igual para todos los oficios, ese hecho influirá en favor de los trabajadores y de los propios patrones. Si los obreros que dan todas sus fuerzas ganan un buen salario, los que gasten menos, no lo ganarán tan bueno. Y sucederá entonces que, como la tendencia general es a gozar de salarios altos, todos querrán, producir mucho. Lo que no quiere decir, entiéndase bien, que la jornada de trabajo debe alargarse para éstos, sino que, dentro de las ocho horas, el trabajo se intensificará. Los enemigos de las ocho horas no toman nunca en cuenta la razón principal que sirve de fundamento a la uniformidad de esa jornada. Partiendo del punto de vista, absurdo para algunos, de que todos, patrones y asalariados, tienen derecho a emplear en su provecho las energías que le sobren después de trabaja, a fin de desenvolver las aptitudes nobles y superiores del espíritu, se pretende con la ley sobre las ocho horas impedir que, por hambre o por miedo, el obrero continúe malogrando lo mejor de la vida.
El país necesita productores, pero productores que sean ciudadanos. Bastante es que la Constitución menoscabe los derechos innatos del que trabaje por el jornal. Y todos los que quieran que el país tenga ciudadanos capaces de aquilatar sus necesidades, defender sus derechos y realizar sus esperanzas, deben dar toda su simpatía a la jornada uniforme de ocho horas, la cual permitirá que la mayoría de los ciudadanos sean hombres instruidos, fuertes y libres» (Mayo 7 de 1912)
Extraido de: BATLLE Y EL BATLLISMO de Efrain Gonzalez Conzi – Roberto B. Giudice. Segunda edición 1959. Página 311.