La revolución del Quebracho – narrada por E. RODRIGUEZ FABREGAT.
Densa noche. Cada hombre en su compañía. Cada compañía en su Batallón. En las barrancas cercanas al Puerto esperan los lanchones. Dada la voz de marcha parten las bisoñas tropas rumbo a su destino (…)

II
La jornada sangrienta*
Densa noche. Cada hombre en su compañía. Cada compañía en su Batallón. En las barrancas cercanas al Puerto esperan los lanchones. Dada la voz de marcha parten las bisoñas tropas rumbo a su destino. A paso redoblado, el equipo a la espalda, el fusil al brazo, tranquilos, silenciosos. Atrás queda ya el viejo caserón de don Bernardo. Las rondas miran a esta tropa que avanza y no la detienen. Y la tropa avanza resueltamente. El ritmo de su paso tiene un ronco resonar como los tambores que estremecieran la noche. Las columnas procuran por turno los barrancos del río por el camino de la Recoba. Que es donde los chisperos de Mayo encendieron la zarza de la Emancipación.
La Recoba. El Barranco. El Río. El Lanchón. A vela y remo como en 1825. A vela y remo como en 1806. A vela y remo como en el 75. En el lanchón del 25 iba Lavalleja. En el de 1806, venia Artigas. En el 75 los de la Tricolor. En este, de mediados de mayo de 1886 hay otra vez orientales, blancos y colorados, militares y civiles, universitarios y periodistas, artesanos y obreros. En él está Batlle, nieto de aquel molinero fundador.
Una brisa del sur infla los velámenes. El lanchón bordea la ciudad tantas veces materna. Otra vez como en el 25 los revolucionarios buscan el Paraná. La ciudad queda lejos como un fulgor en la noche, y en aquel fulgor don Bernardo. Los cruzados dialogan, Muchos meditan en silencio. Batlle, como en otro viaje que recuerda hondamente, repasa en las constelaciones del cielo argentino su antigua lección de astronomía.
Cuatro días de navegación. Ahora, a cruzar Entre Ríos. A pie, a caballo, bajo un sol de fuego, sobre la misma tierra por donde pasó el fragor de las viejas epopeyas. A pasar el Uruguay y buscar la incorporación con las tropas del general Arredondo que vienen desde el Norte.
La jornada se hace penosa. Los improvisados guerreros soportan el peso de su vestimenta de invierno, su equipo, su rémington, y los cuatrocientos tiros con que se pertrechó cada uno. La columna acampa en el Naranjito. Se alzan las carpas de campaña. Se renuevan, ahora sobre tierra guerrera, los ejercicios, las inflexiones, las formaciones, los simulacros. Tres días después la marcha recomienza.

Con todo aquel peso y toda esta fatiga, el calor se vuelve infernal bajo el sol causticante. Eugenio Garzón que pone en la columna rebelde refinamientos de aristócrata, se descalza buscando alivio. Otros lo imitan. Y aquello aumente sus padecimientos. Un soldado pregunta cuándo acamparán de nuevo.
Batlle, que lo oye, se le acerca y le dice: – Adelante, compañero. De esta vez no se camina con las piernas sino con el corazón
La tropa acampa en La Paz
Ya se han puesto en movimiento, del lado uruguayo, los contingentes que esperaban junto al Hervidero que fue donde acampó Artigas, cuando luchó contra todos, en el Éxodo. Ya vino desde Monte Caseros a bordo de la «Júpiter» el general Arredondo y sus hombres. Desde el Hervidero al Río Negro están diseminadas las pequeñas partidas que esperan la invasión para incorporarse. En algún lugar de Paysandú está el general Arredondo que asumirá en la lucha la jefatura del movimiento.
El rumor de la invasión llega a Montevideo. El gobierno se dispone al combate. Máximo Tajes comandará las fuerzas «legales». Entre sus hombres traerá guerreros estupendos como Justino Muniz. El choque, de producirse, será duramente dramático. El país vive su más dolorosa expectativa. Se estremece la República por aquella juventud que va al sacrificio de la muerte. Acaso, piensan algunos, todo se reduzca a unos tiros y un desbande. Pero la batalla durará tres días…
Para impedir la invasión, el gobierno destaca un buque de guerra que debe patrullar rigurosamente el río Uruguay. Esta nave se llama la «Tactique» y está comandada por un gran marino: don Xavier Gomensoro. Pero la Tactique no encuentra a los invasores. Estos entran finalmente al país. Y el comandante Gomensoro será sospechado de complicidad con los revolucionarios…
El 25 de marzo se produce la invasión. El país en pie de guerra. Montevideo en estado de sitio.
***
(…)
Pero los 31 de marzo han sido, entre los días aciagos, fechas de derrota y aniquilamiento para la República.
En aquel 1886, un movimiento envolvente de la caballería santista, apoyada por la artillería, y secundada por una carga de rifleros, decidió la acción. Este día, en el campo revolucionario, la mortandad fue desesperante. Y ya exhausta, hambrienta, sin municiones, y tras breve acuerdo de los jefes, la fuerza revolucionaria resolvió rendirse. Pero ni pidió condiciones ni las dijo. Que Santos hiciese lo que quisiera. Tenía ahora totalmente librada a su voluntad de vencedor, la más estupenda expresión de la juventud uruguaya.
Los prisioneros fueron conducidos a Montevideo. La jornada fue penosa y por momentos brutal. Pero ninguno de aquellos prisioneros ofreció treguas en el combate. Ni las esperaba en la derrota que no significaba sino los caminos del recomenzar.
Y así terminó en los hechos la Revolución del Quebracho. Vencida por las armas, venció por las ideas: se había hecho conciencia.
Y Batlle se entregó desde ese instante a preparar la nueva Revolución libertadora.
*Libro: BATLLE Y ORDÓÑEZ. EL REFORMADOR. E. RODRIGUEZ FABREGAT. EDITORIAL CLARIDAD BUENOS AIRES. 1941. Páginas transcriptas: 201, 202, 208 (Con el tiempo incluiré las páginas que faltan)