Citas de José Batlle y Ordoñez y el Batllismo. I – Batlle es intransigente en materia de principios.
Volví a mis primeras lecturas políticas de mi juventud…

Volví a mis primeras lecturas políticas de mi juventud, me encuentro releyendo a Batlle y el Batllismo de Efrain Gonzalez Conzi y Roberto B. Giudice, pero en esta oportunidad voy a ir subiendo citas textuales de las partes que en lo personal me genera interés.
En esta primera subida, que espero sea semanal, voy a transcribir desde la página 13 a la 14 de la segunda edición de 1959. Cabe aclarar que este libro fue corregido por el propio JByO (su primera edición es de 1928) y también vale advertir que es una publicación partidaria, por lo cual la primer parte es especialmente alegórica sobre el personaje.
El primer texto que traigo es escrito por los autores, más adelante llegarán las propias palabras de los batllistas expresadas en la prensa, pero creo que en este texto se encuentra reflejada a manera de esquema la trayectoria política de Pepe Batlle.

Arrancamos por «Batlle es intransigente en materia de principios.
Batlle fue intransigente con Santos. En su oposición violentisima contra los satrapías, no lo detuvo ninguna consideración de orden personal o egoísta. La única actitud digna, entonces era la de no transigir con aquellos gobiernos ignominiosos. Opuso su inquebrantable rigidez de principios al posibilismo de grande actualidad en esos tiempos. Y expuso la vida para salvar la libertad. Y cuando los prohombres de la época – blancos y colorados – se sacrificaban aceptando altas posiciones de gobierno para salvar a la República, Batlle, desde el diario, continuaba azotando a los tiranos, implacablemente.
Bajo Herrera y Obes, Batlle fue intransigente: fustigó con palabra encendida los fraudes electorales de ese gobernante, su influencia directriz que adjudicaba al gobierno la dirección total de la política, y su amor para la política llamada nacional que consistía en comprar el silencio de los dirigentes nacionalistas con bien rentados puestos públicos.
Batlle fue intransigente con Idiarte Borda a quien atacó desde el primer día de su gobierno. Los antecedentes de ese hombre – el más impopular de cuantos alcanzaran la presidencia – bastaban para desatar contra él la oposición y su labor de gobernante confirmó, ampliamente, aquellas predicciones. No hubo desatino que este hombre dejara de cometer.
Con Cuestas – gobernante que tuvo en su apoyo, salvo pocas excepciones, a todo el país – Batlle observó una actitud de examen, aplaudió lo bueno, criticó lo que en su concepto fueron desviaciones del gobernante, y lo atacó con violenta crudeza cuando las transgresiones morales del presidente así lo exigían: el pedido de destitución de Abelardo Márquez es un ejemplo. Otro, es la implacable crítica al gobernante a raíz del fraude electoral de 1901.
Batlle es intransigente en materia moral. Y compromete su vida y sus posiciones de gobierno, sin una duda, cuando es menester. Bajo Santos, se le aconseja dejar el país para ponerse a salvo, Batlle se queda y continúa su campaña. Bajo Tajes se elimina de la lista de diputados a raíz de un gesto de carácter. Bajo Herrera y Obes – gobernante todopoderoso – pierde su reelección al conservar su absoluta independencia cívica que lo llevara a fustigar al presidente desde su banca legislativa y desde su diario. Bajo Idiarte Borda desprecia sus propios intereses y deja el país para preparar en Buenos Aires la revolución que terminara con ese oprobioso gobierno. Bajo Cuestas ocupa quince días la presidencia; y desoyendo consejos y despreciando la absoluta facilidad de un golpe, entrega nuevamente a Cuestas la banda presidencial. Defiende el triunfo colorado de Río Negro y se enajena voluntariamente los votos de los directores blancos para su presidencia: y eran 37 en una Asamblea de 85. Se niega, más tarde, a obstaculizar la aceptación de los poderes de dos diputados – electores de presidente – contrarios a su candidatura presidencial.
En 1904 con solo propiciar la reforma constitucional establecida en el pacto de paz, hubiera sido reelecto; todo le era favorable y nada le era contrario. Y a fines de su primera presidencia, para impedir que se prorrogase su mandato, tuvo que torcer el rumbo que las cosas tomaban naturalmente.
En su segunda presidencia le ofrecieron aumentar el término de su gobierno, a cambio de su desistimiento de la Reforma Constitucional. Batlle rechazó el ofrecimiento.
Proclamado candidato a la tercera presidencia, Batlle renuncia para propiciar el avenimiento partidario. Poco después, contando ya su candidatura con el quórum constitucional – y en momentos en que era fácil rechazar por plebiscito la Constitución que crearan las fuerzas conservadoras – Batlle elimina su nombre para hacer posible una reforma constitucional aceptable. Y propicia la incorporación a la letra de la Constitución actual, de un artículo que permitía – a los directores nacionalistas – vetar su candidatura al primer Consejo N. de Administración.
La intransigencia de Batlle queda patentizada con esta ilimitada serie de actos de heroico desinterés.
En materia política, Batlle ofrece el más alto ejemplo de intransigencia sosteniendo a través de toda su vida pública, y, frecuentemente con grave riesgo de sus propias conveniencias, los únicos principios honrados en la relación de los partidos y del gobierno del país: «Cada partido debe gobernar con sus ideas». Y, si para propiciar al afianzamiento de las instituciones – pasadas las satrapías- Batlle aceptó el acuerdo electoral de las agrupaciones tradicionales, fue ahogando – en lo íntimo- la vehemencia de sus sentimientos partidarios; no tuvo otro objeto que aquel imperioso y categórico: la salvación de la República. No eran tiempos propios para la lucha de partidos.
Y hasta nuestros días, para asegurar el predominio de su partido, pugna por una acción solidaria de todas las agrupaciones coloradas; y predica su generoso postulado: «no queremos para nosotros sino aquello que podamos adquirir por nuestro propio esfuerzo, sin ayuda de nadie». Y concurren más de cien mil batllistas para conquistar una posición igual a la que logran las otras fracciones partidarias; sin embargo la capacidad cívica de éstas es infinitamente menor que la capacidad cívica del batllismo.
Batlle ha dicho: «lo mejor es a menudo el peor enemigo de lo bueno» «el ideal en política es ir realizando ideas cada vez más avanzadas en la medida de lo posible»
Para propiciar su proyecto de Reforma Constitucional – y evitar el cisma partidario – Batlle publicó con amplia anticipación sus Apuntes. Y hallábase dispuesto a escuchar toda crítica y toda objeción y a recoger aquellas que tendieran a perfeccionar el primitivo esquema. Pero no fue posible: el proyecto fue rechazado en block por los adversarios. Era tan malo que resultaba imposible toda reforma, todo cambio. Sin embargo, dos años después, las ideas fundamentales de los Apuntes se incorporaron a la Constitución de la República, aceptadas por la inmensa mayoría del electorado nacional. Fenómeno semejante se produce con todos los proyectos de Batlle: los expone desde el diario y los somete – gustoso – al libre examen del pueblo.
Cuando el Colegiado, la oposición fue violentisima: nacionalistas, católicos y un fuerte núcleo colorado – en una triple alianza reaccionaria – opusieron al proyecto una resistencia formidable, invencible. Casi toda la prensa le fue adversa. Viejos amigos, viejos colaboradores de Batlle, defeccionaron. Antes de partir le insinuaron hasta la idea de prolongar su período presidencial siempre que abandonara el proyecto de Reforma Constitucional, Batlle, intransigente con los principios, miró alejarse aquellos hombres sin que el ofrecimiento le inspirase un asomo de duda respecto del camino de su deber, en ese instante excepcional de nuestra historia. Y la reforma se detuvo porque se oponían a la sanción de las leyes previas, once senadores anticolegialistas que no representaban al Partido cuya inmensa mayoría era colegialista. Pero Batlle respetó la decisión de esos senadores; ni siquiera pasó por su mente – a pesar de que contaba con el apoyo de todo su Partido y de la fuerza que da el gobierno – otra idea que la de convencerlos o, en caso de fracaso, aguardar. Y aguardó varios años.
El cisma vierista obedeció a motivos ideológicos y a motivos morales. Las ideas de Batlle – cada vez más avanzadas – produjeron el pánico en las filas del Dr. Viera: «yo no estaba de acuerdo con sus formas administrativas ni con sus fraudes electorales». Esta actitud de Batlle produjo la separación de varios miles de colorados: peligró la estadía del Partido en el gobierno de la República. Mas era menester salvar principios de ética y de ideología partidarias y nada impidió que Batlle expresara su pensamiento de manera integral y definitiva. He ahí una de las formas de la intransigencia de Batlle: intransigencia en materia de principios.
En materia religiosa, Batlle jamás intentó persecuciones. No usó nunca – no obstante haber poseído todos los medios para ello- los procedimientos de violencia de que gustan los espíritus sectarios. Su legislación – en tal sentido – sólo tiende a asegurar la libertad de creencias y de opiniones. Opuso al dogma y a la verdad revelada del catolicismo, el libre ejercicio de la razón. Y su liberalismo – de ideas, no de pasiones- lo condujo a predicar sin descanso la doctrina de la libertad de pensamiento.
Pero en aquello que significaba – por parte de la iglesia – usurpación o injusticia, Batlle fue inflexible. Luchó por la separación de la Iglesia del Estado; por la reintegración de sus bienes al tesoro público; por la libertad absoluta de todos los cultos; por la laicización de la enseñanza primaria; por el castigo de los ignominias probadas y confesadas de algunos sacerdotes. Por ello se dijo que Batlle era intransigente. Y lo es, en aquello que se refiere a principios de moral.
Su propaganda como no fue sectaria ni personalista conquistó espíritus. Y Batlle señala tal vez el único ejemplo en la Historia, de una lucha antirreligiosa, coronada por amplio y duradero triunfo. En vez de provocar esa violenta reacción característica de este linaje de propagandas – cuyos resultados son, casi siempre, opuestos diametralmente a aquellos que se buscan- la prédica de Batlle, mantenida en el plano de las ideas puras y animada por el uso libre y vigoroso del razonamiento, ha hecho tantos prosélitos que el Uruguay es, sin duda alguna, el país menos religioso del mundo.
Y ello como resultado de la intransigencia de Batlle«