Domingo Arena, José Batlle y Ordoñez de perros y locos
Sigo con la manía de ahorrar trabajo intelectual personal. Así que ahora les copio unos fragmentos de un libro que tengo hace poco tiempo llamado “Batlle y los problemas sociales en el Uruguay”, el autor de este libro es nada mas ni nada menos que Domingo Arena, el tipo mas cercano a el Pepe.

Sigo con la manía de ahorrar trabajo intelectual personal. Así que ahora les copio unos fragmentos de un libro que tengo hace poco tiempo llamado “Batlle y los problemas sociales en el Uruguay”, el autor de este libro es nada mas ni nada menos que Domingo Arena, el tipo mas cercano a el Pepe. El libro se me desarma de las mano y los fragmentos que aquí abajo se encuentran poco tienen que ver con política en el sentido serio del termino, sino muestra mas bien la otra cara del asunto.
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Es claro que tanta atención sobre el tema tan vasto (hablando sobre el negociaciones para llegar a la primera presidencia), tuvo que trabajar profundamente el espíritu de Batlle, acentuando su tendencia a la abstracción y haciéndolo un poco bastante desconfiado y distraído. Aunque difícilmente se pasaba sin mí – siempre que su actividad no tenía un destino preciso – con frecuencia se olvidaba de mí. Dejarme en una esquina, porque al salir de una conferencia llevaba una dirección contraria a la convenida, era un hecho frecuente. Un día, al bajarnos de un cupé, cerró la portezuela con tanta violencia mientras yo lo seguía, que no me aplastó porque no quiso la providencia. En las largas caminatas en las que comentábamos las incidencias del día o balanceábamos por vigésima o centésima vez, probabilidades más o menos movedizas, no cesaba de repetirme: “¡Más despacio, más despacio! ¿No ve que aquella puerta entreabierta o aquella celosía caída puede esconder un oyente?
Esto no impedía que de repente algún hecho si se quiere de apariencia trivial, fijara su atención y estremeciese su sensibilidad hasta hacerlo olvidar momentáneamente su propia obsesión. Recuerdo un caso para mí singularmente característico. Una tarde en que atravesábamos la Plaza Independencia, seriamente preocupados por uno de los tantos problemas de la hora, se nos atravesó un gran mastín negro, esquelético, y ansioso, que viendo que lo considerábamos con atención y ternura, nos empezó a seguir. Batlle ante la extraña actitud del pobre animal, se conmovió y me dijo “¡ Este infeliz está muerto de hambre: vamos a darle de comer!”. Y sin esperar mi respuesta, que como es natural tenia que ser afirmativa, emprendimos la marcha hacia su casa seguidos por el hambriento. Allí se dió por manos del propio Batlle, toda la carne y el agua fresca que pudo desear y se le dejó descansando, mientras nosotros reanudábamos la tarea interrumpida. Cuando hubimos terminado, volvimos por el perro, pero ya se había ido. ¡Caso claro de ingratitud o de inconsciencia, que después habíamos de ver tantas veces repetido!
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Quedaría incompleta esta crónica si no le agregara un episodio pintoresco que puede darle algún color. Don Francisco García Santos, diputado de la fracción batllista, y que era al mismo tiempo director del Manicomio Nacional, se llevó un día a Batlle a que visitase el establecimiento. Quiso la casualidad que se encontrase entre los huéspedes de la dolorosa casa, un ex-guardia nacional del cuerpo que mandó el visitante cuando se provocó la dictadura de Cuestas, y al verlo, recordando la brega política en que estaba empeñando, se creyó en el caso de agasajarlo de acuerdo con las altas circunstancias. Al efecto, corrió hacia un gran patio inmediato, e hizo formar a todos los destornillados compañeros de que pudo echar mano y cuando apareció Batlle lo hizo vivar como futuro Presidente de la República, dispensándole los honores consiguientes. Batlle, aunque incapaz de no agradecer hasta a los insanos sus manifestaciones de afecto, se apresuró a alejarse algo corrido, después de repartir rápidos apretones de manos. ¡Es que se le ocurrió que lo que le acababan de ofrecerle pródigamente los locos, podía significar la negativa de los cuerdos! Sin embargo no fué así. ¿Será a veces la locura un simple naufragio de lo consciente en la subconsciencia, por el cual, aquella, preponderante y sin contralor, adquiere oscuras facultades adivinatorias?
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La larga, sostenida, agobiante lucha de años, me parecía tan desproporcionada a lo que se perseguía, que alguna vez le pregunté a Batlle si valdría la pena afanarse tanto por cuatro años de gobierno. “Su error está – me contestó – no ver que se está trabajando no por una presidencia, sino por el bienestar del país por treinta o cuarenta años! Así era, en efecto, como se vio después. ¡Sin tener en cuenta lo mediato – más bien lo distante – que se le escapaba entonces al propio Batlle – tal vez, porque sea inabarcable, por sus múltiples bifurcaciones, todo el alcance de su obra, al propio hombre creador: que estaba cimentando una mística nueva, siempre viva y creciente, de proyecciones incalculables para el porvenir!
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