Carlos Real de Azúa y el Batllismo
Dicen que nadie es enteramente bueno ni enteramente malo, creo que en el ámbito de la política es muy difícil reconocer eso, dada mi condición de batllista enamorado (un mal necesario de la política ¿?) de la causa me resulta complicado digerir las criticas hacia el señor Batlle y el Batllismo en general. Ahora bien,…

Dicen que nadie es enteramente bueno ni enteramente malo, creo que en el ámbito de la política es muy difícil reconocer eso, dada mi condición de batllista enamorado (un mal necesario de la política ¿?) de la causa me resulta complicado digerir las criticas hacia el señor Batlle y el Batllismo en general.
Ahora bien, con el tiempo he intentado madurar los conceptos e intentar aceptar que este señor no fue infalible, quizás su mayor defecto fue permitir la extrema glorificación del personaje, los libros batllistas de aquella época (que fueron los primeros a los que consulte) son una apología constante.
Por eso, voy a copiar, unos fragmentos del libro “El impulso y su freno” de Carlos Real de Azúa (Ediciones de la Banda Oriental) , comenzando por el prologo de José Pedro Barrán:
Prologo:
(…) Por ello es que algunos de los “reproches” hechos al batllismo in totum por Real de Azúa, en un estudio que a veces tiene más de acta de acusación que de análisis sereno, se aplican mejor al partido del Novecientos – el “sectarismo” colorado y anticlerical, por ejemplo- que al de los años cincuenta, y otros, en cambio – el abuso del empleo público como forma de reclutamiento partidario, la ausencia de un auténtico proyecto nacional – atienden fundamentalmente al batllismo de los años cincuenta y referidos al de Batlle y Ordóñez son, en lo básico, apreciaciones erróneas.
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Creemos, por fin, que Real de Azúa disminuye artificialmente el papel de los adversarios del batllsimo del Novecientos en el “freno” del Uruguay.
(…)
En estas apreciaciones, creemos, se tornó anacrónico. El Imperio del Novecientos en América del Sur no era Estados Unidos sino Gran Bretaña y, desde este ángulo, la yanquifilia de Batlle es pecado menor y el antiyanquismo de Herrera menor también, como virtud, sobre todo si se contrasta con un obvio pecado mayor, su anglofilia, notable en el Partido Nacional de 1911, y su contento por la intervención inglesa frenando el proyecto del Banco de Seguros batllista.
(…)
Aun con tales salvedades – la mayoría de las cuales son el fruto de la investigación posterior a 1964, año en que se conoció “El impulso y su freno” – estos escritos son una demostración de lo que el mayor ensayo histórico aporta.
Reflexionar con un maestro de la reflexión sobre el pasado del país no es solo rescatarlo, es convertirlo en materia prima de la acción.
Cap. IV. Las grietas en el muro.
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Por ello es explicable que fundado sólidamente sobre anchos sectores medios de procedencia inmigratoria bastante reciente, dotado de una vertebración ideológica de tipo universalista e intelectual, solidarista y humanista al modo radical, socialista europeo, el batllismo, pese a la significación económica haya estado pasional y doctrinalmente muy lejos de cualquier “nacionalismo”
(…)
Pareciera entonces que a la efectiva tarea nacionalizadora del batllismo le basto la antítesis “sociedad” o “pueblo” versus “empresas” aunque valiéndose – lo que resulta poco más que circunstancial – de que las empresas capitales fueran extranjeras, de que su control se ejerciera desde el exterior y de que sus ganancias allá se encaminan.
(…)
De todo esto, también, se desprende con facilidad el que de acuerdo a su filosofía general, la obra educacional del Batllismo haya estado movida por el prestigio de cierto contenido de la educación de sello inocultablemente “iluminista” e intelectualista que es fiel a la tradición educacional del país que hasta él llegaba y cuya única excepción la constituyeron las ya mencionadas iniciativas de Acevedo. El caracter “instructivo”, nocional, inevitablemente libresco y tanto universal como “utópico” de esa enseñanza se marca superlativamente en la empresa (por tanto conceptos muy importante) de los liceos departamentales creados en la segunda década del siglo. Y ello es así porque, dotados de un programa de esa índole, uniforme, desentendido de las sugestiones y necesidades diferenciales de cada ambiente local (también del general del interior del país) poco tuvieron que ver con el “hábitat” muy diferente del ajeno y europeizado en el que esos planes de enseñanza (y aun sólo a medias) hubieran sido congruentes. Funcionando en el ámbito en que lo hicieron, muy discutible es que hayan operado de algún modo como factor de ajuste (es obvio que queremos decir ajuste “con” promocion cultural, económica, social) y más de un resultado globalmente nocivo es presumible que haya podido causar.
(…)
Por eso es que desde sus primeras décadas – volvamos al tema – el Batllismo comenzó a sufrir en el nivel de competencia y prestigio de sus cuadros, los que, en términos de su efectiva capacidad de conducción, ya amenazaron resentirse. A ello llevaron su renuncia a movilizar una ética nacional con exigencias, sacrificios, y esas ciertas constricciones que el crecimiento impone. A ello su ideal no malvado pero sí algo burdo de “felicidad” (…)
(…)
Sin embargo, esta rica y en verdad contradictoria pluralidad de fines permite señalar lo que desde un principio (y sobre todo en la obra legislativa de los años mas creadores) puede ser apuntado como una tónica general del estilo y la obra batllistas. Se da en este rubro, en la política de la tierra, en la de servicios públicos (como se verá), en la de enseñanza, en la de fomento cultural. “Querer hacerlo todo” es el nombre de esta debilidad prototípica, querer hacerlo todo simultáneamente, renunciando a la inexorable selección de fines (y al sacrificio de otros) que preside una conducta política eficaz; querer hacerlo todo, renunciando a ese calendario de “antes” y de “después” que aun la acción revolucionaria más abarcadora y radical no se priva; querer hacerlo todo y cumplirlo todo, desdeñando el efecto multiplicador de ciertos fenómenos concentradamente fomentados, y sobreapreciando la índole meramente corolaria de otros. Dejó esta postura, este talante una miríada (cantidad muy grande e indefinida) de instituciones entecas y medicocres, de poryectos empantanados, y de alegres construcciones en el aire – y en el papel – expuestas a la languidez y a la muerte, barridas o por lo menos desarboladas (ocurrió frecuentemente en el período de Viera, de 1915 a 1919) a cada reajuste presupuestal malhumorado.
(…)
Tal es, seguramente, la versión más importante del estatismo batllista y del país que modeló, un estatismo que modernizó los mecanismos del Estado a la altura de su tiempo, los amplió en el área administrativa y los hizo servir a “funciones secundarias” de tutela, gestión industrial y enseñanza. Pero también tiene otros aspectos, en cierto modo larvarios, pero muy definitorios. Con la no infrecuente invocación a los derechos de un Estado llamado a reeplazar la autoridad paternal y familiar, y (en general) la de todos los grupos intermediarios entre él y el individuo, configuróse un “estatismo” de estilo jacobino que permaneció sin embargo, en “estado de suspensión”, programático, semiutópico.
FIN
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