La multa, el reloj y la araña. Manuel Flores Mora. El Día.
La multa, el reloj y la araña. Manuel Flores Mora. El Día.

29 de octubre de 1978.
La multa, el reloj y la araña.
Manuel Flores Mora.
El Día.
La vida está tejida de la misma tela que los sueños, dijo Shakespeare, y uno repite durante muchos años la admiración frente al hallazgo espléndido sin advertir lo poco que, al fin y al cabo, dice.
De la tela no dice nada. Sólo dice que es la misma.
No pasa lo mismo con la cultura, porque si algo es evidente es que la cultura está hecha de tiempo. Dime cuánto tiempo, cuánta vida de tiempo eres capaz de almacenar dentro de ti y te diré cuán culto eres. Bruto es aquel que no es capaz de sentir ni siquiera el tiempo de la propia vida. Ese que actúa como si hubiera nacido ayer. El castrado de su infancia. No el que no tuvo infancia. Digo el que la olvidó. El que la dejó simplemente morir y es capaz de afrontar el mundo, los mundos, sin ella.
A la inversa, culto no es el que leyó obviamente más libros. Sino el habitado por pedazos más grandes de tiempo. El que deambula por las calles con la conciencia de algunos siglos anteriores dentro de sí. El que lleva a Velázquez o a Bach, una tradición cualquiera, a Lope o por lo menos a la decimonónica genialidad del Martín Fierro en la memoria. Los samurái, como los romanos, como tantos otros pueblos, organizaron la cultura sobre el recuerdo de los antepasados. Los que, pelaban de lado y lado en Troya sabían, y, por Homero lo sabemos, que antes habían existido hombres más grandes. Un hombre sólo puede crecer hacia adelante cuando previamente ha crecido hacia atrás, incorporando frutos espirituales de otros hombres y así, sólo así, haciéndose mejor y más noble. Es lo que se llama cultura. Cultura, es eso sólo.
(…)
Una raya amarilla.
Me vuelvo a excusar. Es una anécdota de tránsito. Un sucedido de raya amarilla y de multa. Hace más de un año, un entrañable amigo me prestó en España un automóvil. Fue en agosto de 1977 y aproveché para irme a Andalucía, a Medina Sidonia, a Vejer de la Frontera, a Arcos, a Cádiz. Ahora me entero, perplejo, que también fui a Jaén, ¡o cerca de Jaén!
Este año, con la mima encantadora espontaneidad, me tienden la llave del automóvil. En España no se pide prestado un automóvil. Lo ofrecen sin que lo pidas. Sólo que esta vez, un poco en broma, me ruegan que no atraviese la raya amarilla de la carretera. “Particularmente, si es doble”.
Con aplomada naturalidad contesto que en Uruguay también hay rayas amarillas y que mi costumbre es respetarlas. Sólo consigo que insistan y me agreguen que sobre todo no hay que pasárselas en repecho y menos sobrepasando a otro coche en un tramo de sobrepaso prohibido.
No sé honradamente de que me hablan. No es por la multa, que hemos pago con gusto, me dicen. Es para que no te mates y para que no me retiren el permiso de conducir.
– Pues por mí no será – respondo – En Uruguay ….
– No fue en Uruguay. Fue en Jaén.
– ¡En mi vida he estado en Jaén!
– Bueno –me dicen – Cerca de Jaén.
Cuando estoy enterado del todo, entre risas, me muestran por fin lo que la policía mandó a mi amigo. Es una multa. Además, una fotografía. Están la fecha y la hora. Está la matrícula del coche. Está el coche en el repecho, fotografiado desde un helicóptero, casi del todo más allá de la raya doble, perfectamente discernible, y sobrepasando a otro coche. Para colmo, la fotografía incluye hasta el poste caminero donde la señalización establece la prohibición de sobrepasar en ese tramo.
Debí desear que me tragara la tierra, pero la sorpresa me veda hasta esa reacción.
El multi-reloj.
El reloj por supuesto nada tiene que ver con el cuento anterior. En lo único que se parece, en todo caso, es en lo que tiene de previsible y, a la vez, de impensable. Es la última (o sólo la penúltima) versión que ha salido a la venta del reloj de pulsera electrónico inverosímil.
Quizás haya alguno en Montevideo, quizás esto que es novedad para mí, no lo sea para algún ejecutivo de esos que viajan tres veces por año, con pipa y portafolios rígidos.
Ni que hablar, es un reloj que da la hora. Es reloj y por supuesto cronómetro. Además, calendario. Y despertador. Todo en la pulsera. Dice la hora, el mes, el año, el día del mes y de la semana. Y despierta al dueño con un agradable sonido acústico.
Además es una mini calculadora. Una computadora en miniatura que coincide con el reloj. Es tan pequeña, claro, que no puede manejarse con el índice. No sería posible apretar una cifra sin apretar prácticamente todas. Pero es que el reloj se vende con una especie de lapicito, con cuya punta uno aprieta o marca los números de la operación cuyo resultado desea.
No termina ahí. Además es agenda y todo en la muñeca. El poseedor del reloj debe, por ejemplo, llamar a alguien dentro de una semana o de dos años, tanto da. Debe llamarlo a las cuatro de la tarde. Se marca en el reloj el número telefónico de la persona, el día y la hora en que hay que llamarlo. El día llegado, a la hora precisa, sonará la señal acústica y en la esfera del reloj aparecerá, titilando, el número telefónico de la persona a la que hay que telefonear.
– ¡No vaya usted a creer!- me dice un español, corrigiendo mi asombro. Y para demostrar que el aparatito diabólico no es completo, imagina, con gráfica filosofía, la llamada del futuro.
– Que te llamo porque dice el reloj. ¿Te acuerdas tú p´qué?
– No tengo la más puta idea.
– Perdona. Adiós
Adiós. Saludos al reloj.
(…)
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