SERAFIN J GARCIA – POETAS GAUCHESCOS DEL URUGUAY. El Gaucho.
Mucho se ha hablado y escrito sobre la épica figura del gaucho, gallardo poblador de las llanuras nativas y héroe principalísimo en las rudas jornadas de la gesta nacional; mucho se ha encomiado su temple sin parangón, su coraje espartano, su altivez irreductible(…)

(…)
Mucho se ha hablado y escrito sobre la épica figura del gaucho, gallardo poblador de las llanuras nativas y héroe principalísimo en las rudas jornadas de la gesta nacional; mucho se ha encomiado su temple sin parangón, su coraje espartano, su altivez irreductible, que nunca pudieron doblegar las vicisitudes ni los peligros de la guerra, como tampoco los rigores de una existencia incierta y azarosa, sobrellevada con viril dignidad, sobre los campos que él ayudó a liberar de todo yugo extraño a costa de su sangre. Pero jamás se insistirá bastante en lo que atañe a su nobleza innata, a su admirable generosidad y, sobre todo, a ese profundo sentido de la libertad que constituía la esencia misma de su ser.
(…)
Ya al finalizar el siglo XVIII, según surge de los documentos coloniales de la época, empezó a conocerse con el nombre de guacho este tipo radical de características precisas y bien determinadas, que hasta entonces los conquistadores españoles habían denominado changador, guaderio, guazo o camilucho, utilizando para su descripción un tono acentuadamente peyorativo.
(…)
Nómada contumaz en sus primeros tiempos, al igual que el antecesor aborigen, fue esa forma de vida la que hizo germinar en su alma el ardiente amor a la libertad que habría de constituir su principal virtud, y que lo llevaría más tarde a integrar aquellas incontenibles montoneras de las que nació la patria.
(…)
Llegaba siempre de paso a las estancias, para ayudar en las riesgosas faenas ganaderiles de la época, y luego volvía a perderse en la callada soledad del campo, como si la inalcanzable línea del horizonte fuera su única meta. Pero no trabajaba jamás por mero afán de paga, pues no cabían en él propósitos mercenarios y sus necesidades materiales eran, por lo demás, sumarias en extremo, como las de todos los hombres primitivos. Antes bien, llevábale a participar de aquellas recias tareas su inclinación congénita hacia todo lo que entrañara peligros y dificultades. Su fuerte naturaleza requería el ejercicio violento, la emoción de la carrera a campo abierto. Y también el ansia de lucimiento personal a que lo empujaba permanentemente su viril orgullo. Un buen tiro de lazo, un pial certero, la precisión matemática en el lanzamiento de las boleadoras, los prodigios de audacia y de equilibrio ecuestre en los rodeos y en la doma: he ahí las mayores satisfacciones y las únicas ganancias que solía depararle su trabajo.
Fuera de eso prefería la inercia. Dormir sendas siestas a la sombra acogedora de los ombúes nativos, arrullado por la garrulería musical de los pájaros; matar el tiempo apostando sus siempre escasos patacones a la taba o al monte, en las reuniones domingueras de las pulperías; cabalgar sin rumbo fijo ni prisa, fantaseando a sus anchas; no echar raíces en ninguna parte; dejarse ir sin trabas por la vida, libre como los vientos llaneros, franco como las aguas cantoras de los arroyos, tozudamente fiel a los impulsos de su naturaleza vagabunda, indómita bravía. ¿El dinero? ¿Para que? Con tener un buen caballo, tabaco, yerba y salud, había de sobra. Por lo demás, el sustento no exigía entonces sujeción a ningún yugo. La haciendo cimarrona que poblaba los campos era de todos, y quien llevaba un lazo a los tientos y un facón a la cintura no estaba expuesto al hambre, ciertamente.
(…)
Así, de pago en pago, cambiando sin cesar de horizontes, el gaucho se sentía plenamente feliz. Bastábale para ello el disfrute de los goces simples y puros que le ofrecía la naturaleza. Era panteísta sin saberlo. Amaba el sol que le bronceaba el rosto, el viento cantor y arisco, la alegre música de los manantiales, el libre vagabundear y gustábale ir a su encuentro cuando ella salía a encender el rocío de los campos. El frío, las heladas, las lluvias, el bochorno canicular, le causaban pocas molestias. Un buen poncho y un buen sombrero alón lo remediaban todo.
#Gaucho #HISTORIAURUGUAY #LIBROS #SerafinJGarcia