EL BLOG DE FEDE LAGROTTA

Fede Lagrotta

Historias y reflexiones de Uruguay

Fede Lagrotta

Historias y reflexiones de Uruguay

Invasiones inglesas. Crónicas anónimas de dos ingleses sobre Montevideo y Buenos Aires.

Arribamos al Río de la Plata en octubre de 1806, cuando nos informaron que los españoles habían retomado Buenos Aires y que nuestras tropas se encontraban solamente en posesión de Maldonado, un lugar pequeño junto al río, a unas cinco o seis millas más arriba de Montevideo.

“Arribamos al Río de la Plata en octubre de 1806, cuando nos informaron que los españoles habían retomado Buenos Aires y que nuestras tropas se encontraban solamente en posesión de Maldonado, un lugar pequeño junto al río, a unas cinco o seis millas más arriba de Montevideo. Al desembarcar, encontramos que lo que quedaba del ejército carecía de todo lo necesario para el mismo y que todos estaban bastante descorazonados. Por tierra, se veían rodeados de unos 400 hombres a caballo, que obstruían todas sus expediciones en busca de víveres e interceptaban cualquier provisión. Estos jinetes no eran soldados regulares, sino los habitantes del país, que habían acudido a defender sus hogares del enemigo.

Pronto después de nuestro arribo a Maldonado, los españoles avanzaron fuera de Montevideo con el fin de atacarnos. Eran alrededor de 600 y, además tenían con ellos una gran cantidad de armas de fuego. Se lanzaron sobre nosotros en dos columnas, la derecha era la de caballería, y la izquierda de infantería, y cargaron con tanta fuerza sobre nuestra avanzada de 400 hombres que el Coronel Brown, quien comandaba nuestra ala izquierda, ordenó al Mayor Campbell venir a apoyarlo con tres compañías del Regimiento 40°. Éstas cargaron contra la cabeza de la columna: los españoles se mantuvieron firmes y pelearon valientemente; hubo numerosas víctimas de ambos lados; pero el gallardo 40° los obligó a emprender la retirada a punta de bayoneta. Sir Samuel Auchmuty ordenó al cuerpo de fusileros y al batallón ligero que atacaran la retaguardia de su columna, lo que fue llevado a cabo con el mayor de los bríos. Tres hurras fueron la señal que precedió nuestra ofensiva. Los españoles huyeron y la columna derecha, viendo la suerte de la izquierda, espoleó sus caballos y huyó sin haber intervenido en la acción. Quedaron en nuestro poder un general y un gran número de prisioneros, además de una de sus grandes piezas de artillería.

Dejaron unos 300 muertos en el campo. Nosotros tuvimos muy pocos prisioneros heridos, que fueron tomados durante la persecución. Lo vi cargando a su gente de regreso a la ciudad tan pronto como eran heridos. Nuestras bajas fueron mucho menores a las de ellos.Después de esta acción, no supimos más de nuestros revoltosos huéspedes, los jinetes, que solían desafiarnos en nuestras líneas y aún herir a nuestra gente dentro del campamento.

Esta era la primera vez que veía sangre derramada en la batalla; la primera vez que mis oídos sentían el estruendo del cañón, cargado de muerte. Aún no tenía diecisiete años de edad y no había estado ni seis meses fuera de mi hogar. Con mis miembros doblándose de fatiga, en un clima caluroso y húmedo, la opresión del mosquete y el equipo que estaba obligado a acarrear era intolerable. Aun así, la portada con paciencia imbatible. Durante la acción, la idea de la muerte ni una sola vez cruzó mi cabeza. Después de que comenzó el fuego, una sensación de calma, un torpor firme y resuelto, lindando en la insensibilidad, invadió toda mi estructura. Escuché a un viejo soldad contestar a un joven como yo, que preguntaba qué hacer durante la batalla. “cumple con tu deber”.

Mientras el batallón al que pertenecía volvía de la persecución, en nuestro camino hacia el campamento, atravesamos el campo en el que estaban los muertos. Fue demasiado para mi sensibilidad: me vi obligado a mirar hacia otro lado para evitar esa horrible visión. Los pájaros de presa parecían contender con quienes enterraban a los muertos por la posesión de los cuerpos. ¡Horrible visión! Hombres que esa mañana marchaban con ánimo, exultantes, cuyas mentes sólo parecían sentirse constreñidas por los grilletes de sus cuerpos, ahora yacían destrozados en una forma repugnante y eran la presa de animales y ¡yo había sido asistente en esta labor de muerte! Casi deseé haberme encontrado entre las victimas.

(…)

No participé del asalto a Montevideo: nos quedamos en el campamento para proteger la retaguardia. Mientras estábamos apostados ante la ciudad, los proyectiles de la artillería enemiga a menudo caían cerca de donde yo me encontraba; uno, en particular, pareció como si fuera a caer a nuestros pies. Un joven oficial corría hacia atrás y hacia adelante, como si quisiera esconderse; un viejo soldado le dijo, con la gravedad de un turco: “no necesita esconderse, señor; si hay algo allí para usted, pronto habrá de encontrarlo.” El joven hombre pareció confundido, se puso en guardia, y nunca volvía a verlo parecer agitado, tan rápido lo habían convertido a la doctrina del guerrero”.

#HISTORIAURUGUAY #LIBROS

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *