DE ARMAS, Gustavo. De la sociedad hiperintegrada al país fragmentado.
FRAGMENTOS DE TEXTO DE LA OBRA: 20 años de democracia. Uruguay 1985 – 2005: miradas múltiples. Bajo la dirección de GERARDO GAETANO.

FRAGMENTOS DE TEXTO DE LA OBRA: 20 años de democracia. Uruguay 1985 – 2005: miradas múltiples. Bajo la dirección de GERARDO GAETANO.
El añorado Uruguay batllista, que la democracia posdictadura pretendió afanosamente restaurar, parecería haber cedido paso en los últimos años a una típica sociedad latinoamericana; una sociedad en la que uno de cada tres, o uno de cada dos – según el diagnóstico que se tome – vive bajo la línea de pobreza (LP); una sociedad en la que la desigualdad económica se ha naturalizado; una sociedad en la que la segregación residencial aparece casi como la única transformación urbana a exhibir.
De la mano del estancamiento económico que comenzó a registrar el país a mediados de los años cincuenta del siglo pasado, la sociedad uruguaya inició un poseso lento, pero de largo aliento, de aumento de la desigualdad en la distribución del ingreso.
La evolución de la pobreza los últimos veinte años puede ser descrita como la sucesión de tres períodos: el primero, entre 1986 y 1994, estuvo pautado por la pronunciada caída de la pobreza (del 46,2 al 15,3%), en particular entre los adultos mayores (del 32,6 al 4,2%); el segundo, entre 1994 y 1999 se caracterizó por el estancamiento de la tasa general de pobreza y por un leve aumento de esta entre los menores de seis años; el ultimo, desde 1999 a 2004, estuvo signado por el crecimiento significativo de la pobreza en todas las franjas de edad.
En estos últimos veinte años la desigual incidencia de la pobreza entre los niños y los adultos – sobre todo entre los niños más pequeños y los adultos mayores – se ha profundizado.
Más allá de la discusión acerca de la magnitud actual de la pobreza, de su evolución en los últimos veinte años y de la desigual incidencia registrada entre niños y adultos, una de las conclusiones más preocupantes que se deprenden en los datos es que probablemente en este período se haya ido consolidando un núcleo duro de pobreza compuesto por personas con ingresos inferiores al costo de 1,5 canastas básicas de alimentos; un grupo poblacional predominantemente joven, integrado en un 68% por menores de 30 años.
Actualmente poco más de la mitad de los hogares uruguayos corresponde al tipo de hogar nuclear. Cabe consignar también, como uno de los cambios más visibles de los últimos años, el incremento de los hogares unipersonales.
El crecimiento de los divorcios forma parte principal del inventario de cambios que han venido redefiniendo el perfil de la sociedad uruguaya, reproduciendo transformaciones que desde mucho antes han experimentado las sociedades más desarrolladas.
Asimismo, este proceso está estrechamente asociado a la transformación de las pautas de emancipación familiar de las generaciones más jóvenes. De un lado, los jóvenes de ingresos medios y alto dejan cada vez más tarde sus hogares de origen; postergan así la formación de nuevas familias y la tenencia de hijos, lo que finalmente termina provocando el descenso del número de hijos en los hogares que poseen mayor capital económico, humano y social. Del otro, los jóvenes de ingresos bajos – aún más los que se hallan en situación de pobreza – tienden a emanciparse en forma temprana, sin completar un mínimo de educación básica; ingresan al mercado laboral en condiciones precarias y constituyen hogares inestables, con un promedio mayor de niños por hogar. En los últimos quince años la ciudad de Montevideo se ha ido fragmentando socioespacialmente. Por un lado, el crecimiento del número de asentamientos irregulares y de la población que reside en ellos, y, por otro, el atrincheramiento de las familias de mayores ingresos en barrios cuasi privados han ido, conjuntamente, ensanchando las distancias sociales.
Una ciudad en la que cada vez más, y a pesar de las modestas distancias geográficas, los que son distintos (económica, social y culturalmente) viven muy lejos entre sí – con casi nula probabilidad de interacción – y los que son parecidos se concentran, reproduciendo hábitos, pautas de comportamiento y estrategias.
En esta dirección basta decir que de cada 1000 niños que ingresan a primer año de escuela, aproximadamente 96 culminan el ciclo escolar, poco más de 59 el ciclo básico de educación media y sólo 34 la educación media completa. La distancia entre los logros educativos alcanzados por los niños de ingresos bajos, medios y altos, o entre las tasas de asistencia educativa registradas en los quintiles extremos de la población, no se ha acortado en forma significativa en los últimos años.
Prácticamente todos los niños y adolecentes que residen en barrios con altos índices de pobreza concurren a los establecimientos educativos públicos de su zona, lo que determina que el alumnado de esos centros sea muy homogéneo en términos socioeconómicos y culturales.
Implementar políticas públicas que logren revertir a mediano plazo el panorama social reseñado demanda, por una parte, recursos fiscales (gasto público social) y, por otra, capacidades estatales (marco legal e institucional adecuado, recursos técnicos calificados, etc.). La experiencia regional muestra el fracaso de muchos procesos de reforma social que han sido impulsados mediante estructuras paralelas al Estado (mecanismos de bypass) o mecanismos de delegación del diseño y la ejecución de los programas en las organizaciones sociales.
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