Discurso de Domingo Arena sobre Batlle y Ordoñez (Parte II)
Articulo publicado por el Dr. Domingo Arena en el suplemento de “El Día”, el 20 de Octubre de 1933.

Articulo publicado por el Dr. Domingo Arena en el suplemento de “El Día”, el 20 de Octubre de 1933.
Parte II
Asistí de cerca a todas sus grandes campañas y hasta colaboré modestamente en algunas, y pude conocer bien sus métodos. Pues bien: afirmo solemnemente que a Batlle nunca le vi ejercer coacción sobre nadie, fuere cual fuere la magnitud y el interés del problema. Su método para la conquista de voluntades era la persuasión por el raciocinio. Llamaba al hombre cuyo concurso necesitaba y lo abrumaba a razones para convencerlo. Nunca le he oído decir: “quiero, necesito, me conviene”, se limitaba a demostrar que lo que aconsejaba o pedía era útil para el Partido o la causa pública. Y nunca lo he visto ni irritado ni siquiera dolorido por la resistencia que a veces encontraba hasta en sus interlocutores más adictos; a lo sumo se quejaba de la impermeabilidad de algunas cabezas, para la verdad y la justicia. Esta magnífica modalidad de Batlle, me la ha sintetizado muchas veces un ilustre adversario amigo, que fué su ministro efímero con estas expresivas palabras “No se corre el menor riesgo en resistir y hasta contrariar a Batlle. Razona constantemente y no se altera jamás. El peligro es su tenacidad, porque repetirá lo que dijo hoy, mañana y siempre, hasta que no lo obsesione otra idea”.
Hay que dejar bien sentado al llegar aquí – aunque haga un aparte – que si por algo se caracterizó el espíritu combativo de Batlle, fué por su gran comprensión y el respeto que le inspiraban las ideas y los sentimientos ajenos. Nadie, estoy seguro, fué perturbado en su carrera por no pensar como él, y de los muchos que actuaron a su lado, no hay ninguno que haya perdido su consideración por diferencia de ideas, a menos que se le enfrentase como enemigo, en cuyo caso, les respondía con creces. Yo fui el más adicto de sus adeptos conservé la amistad de algunos de sus enemigos irreconciliables y pude lucirla ante él en su casa: aceptó con desgano pero sin dolor, la fórmula en que me había encastillado: “tómese todas mis ideas, déjeme mis amigos”! Un día, en plena apasionada lucha, se homenajeaba a un conspicuo saravista con el cual me sentía moralmente muy obligado. Para el Batllismo era inaceptable el homenaje; pero para mí era cuestión de sentimiento hacer lo contrario. Y participé del mismo, seguro de salir del paso con un benévolo rezongo.
Una de las muchas definiciones unilaterales, que podrían darse del gran apasionado de la libertad, es la de que su vida fué un perpetuo esfuerzo, nunca vacilante, para perfeccionar la legitimidad del voto popular. Lo demostró en todos los tiempos y en todas las situaciones, tanto en la juventud como en la edad provecta, lo mismo en la llanura capitanenando la oposición como en lo alto ejerciendo el gobierno. Apenas cerrado el ciclo de la tiranía, en cuanto asomaron situaciones que daban esperanzas al civismo, pugnó por la reorganización del Partido. Fué, si mal no recuerdo, el precursor de los clubes seccionales y en los primeros ensayos, lo vi pasar horas crueles, ya viendo correr el tiempo en la soledad de los locales, ya soportando el contacto de hombres que le eran intolerables pero que constituían el material disponible para cimentar un poco de bien.
En el gobierno de Cuestas patrocinó la destrucción de los registros con que hiciera sus enjuagues la influencia directriz y en cuanto entraron en juego los nuevos para la reconstitución de la Asamblea, ensayó la primera lucha comicial, derrotando al frente de las autoridades del Partido al gobernante que lanzara su lista en “La Nación” de triste memoria, sin tener para nada en cuenta, que su triunfo pudo ser a lo Pirro, ya que por milagro no cortó de cuajo su feliz ascensión. Mas adelante, desde el gobierno o influyendo en él, patrocinó todas las reformas tendientes a concluir con los clásicos acaparadores de balotas, ultimando con placer a los que se decían sus amigos y que le eran totalmente indeseables. Cuando yo propuse en medio del general desconcierto la última quema de los Registros, Batlle fué el primero que la cogió al vuelo transformándose en su infatigable propulsor, no sólo porque se acercaba al ideal del votante auténtico sino porque destruía la falsa leyenda, inflada por el Nacionalismo de que la larga dominación colorada se asentaba en el fraude.
Y sus últimos afanes – demasiados cercanos para que no se recuerden – fueron para imponer la resistida Corte Neutral sin el cual no habría ido a las elecciones y para perfeccionar todavía más la inscripción cívica, que todavía hacia posible el fraude y que creía aprovechado principalmente por el Nacionalismo, en su desenfrenado empeño de alcanzar el poder, que, felizmente, cada vez que creyó a su alcance, se le escapó de las manos como pájaro arisco!.
– Fin Parte II –
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