Discurso de Domingo Arena sobre Batlle y Ordoñez (Parte I)
Articulo publicado por el Dr. Domingo Arena en el suplemento de “El Día”, el 20 de Octubre de 1933.

Articulo publicado por el Dr. Domingo Arena en el suplemento de “El Día”, el 20 de Octubre de 1933.
Por suerte, he dicho y escrito muchas apologías a Batlle y no me siento inclinado a otras, porque a mi tosco lirismo, le seria difícil dar notas más altas que las dadas. Pero ello no obsta, que siempre que se ofrezca, hable o escriba en tono llano sobre el gran hombre, para acentuar alguna de sus múltiples facetas. Considero que Batlle, aún para sus admiradores, es un inmenso espectáculo apenas entrevisto y que los que han tenido la fortuna de penetrarlo, están en el deber de subrayar, con hechos y anécdotas, sus principales características, para proporcionar el material, todavía disperso, con que el historiador futuro ha de tallar el monumento que le debe la conciencia nacional.
Hoy voy a hablar, con perfecto conocimiento, del sacrosanto respeto que sentía Batlle por la pureza electoral y por todos los actos públicos y privados que le fueran afines. Era, por encima de todo, un republicano orgánico, constitucional. Todos los bienes populares que ansiaba y a los que consagro su vida, los esperaba una buena organización republicana. Reconocía que la democracia era una madre todavía demasiado joven para dar todos sus frutos, pero esperaba tranquilo y confiado, que ellos se acrecerían y se perfeccionarían con el transcurso del tiempo severamente empleado. De ahí el tesón constante y esperanzado que consagró a aquella perfección. De ahí que no obstante comprender y justificar las más vivas reacciones de los oprimidos, no admitiese las violencias extremistas cuando la voluntad popular podía manifestarse eficazmente por el voto, porque entendía que estaba en mano de las masas agruparse y diciplinarse y adueñarse de sus destinos con sólo llevar al gobierno a los intérpretes de sus anhelos. Por ello su afán de difundir la cultura para que aquella formasen conciencia de su poder y supieran ejercerlo.
Por lo mismo su empeño de suprimir al Presidente, con el cual, la República, se le aparecía como una nave siempre en peligro con su centro de gravedad en manos del capitán, quien podría hacerla zozobrar, a su capricho, en plena bonanza!
Con su insuperable espíritu democrático, se comprende el solemne culto que le inspiraban a Batlle la Soberanía Nacional y el voto ciudadano por lo cual se manifiesta. La burla que hicieran de una y otro los desgobiernos de antaño, unida a la desconsideración hacia la personalidad humana – otro de los cultos del prócer – fueron las que principalmente lo empujaron a las violencias de la oposición. Para Batlle, el votante fué siempre un personaje, augusto, al que se le debían todos los respetos y todas las garantías, desde que era una parte del soberano y el elemento esencial del buen gobierno. Atentar contra un votante o falsificar un voto le resultaban iniquidades execrables – sólo eclipsadas, naturalmente, por su suprema execrabilidad del ataque a la misma soberanía. El mejor de los amigos o el más obsecuente de sus servidores perdían su consideración si los sorprendía en un fraude electoral.
Políticamente, pocas cosas temió tanto Batlle como el triunfo electoral blanco. Aunque siempre tuvo la pesadilla de que la tiranía fuese el fruto degenerado de la presidencia – por algo tragó tanta bilis por no irritar a algunos presidentes – ninguna tiranía le parecía más azoradora que la blanca, porque la imaginaba nacida enferma de atávicas crueldades. Sin embargo, estoy seguro, se lo he oído muchas veces, que hubiese dejado ir a los blancos al gobierno, si ganaban legítimamente la elección, por un voto; y habría fulminado al que hubiese adulterado un voto para evitar lo que le habría parecido una catástrofe nacional. Es por encima de todos sus temores, estaba la verdad electoral, esencia de la vida republicana, sin cuyo respeto la democracia es un mito!
– Fin Parte I –
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